lunes, 29 de octubre de 2012

LA SIESTA

  
En sus primeros años de vida, el niño adquiere las bases necesarias para aprender de forma adecuada nuevos conocimientos y relacionarse con el mundo que le rodea. La siesta ayuda al cerebro a retener la información.
Más allá de curar el cansancio prolongado, el sueño facilita el almacenamiento de la memoria a corto plazo y deja espacio para nueva información. En los niños de uno a tres años, además, una siesta durante el día aumenta las posibilidades de alcanzar un nivel avanzado para discernir lo importante de lo irrelevante. Ésta es una de las conclusiones que se extraen de un trabajo estadounidense presentado en la reciente reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAC), celebrada en San Diego (EE.UU.).


Carolina cuadrillero

Además de estos beneficios neurocognitivos, las siestas proporcionan, al acelerado desarrollo físico e intelectual de los niños en esta etapa, el tiempo de descanso necesario para reponer fuerzas. También ayuda a que los menores no lleguen a estados exagerados de agotamiento y tengan dificultades para dormir por la noche. Se ha confirmado que la siesta en la infancia reduce la hiperactividad y la ansiedad en los niños.



La siesta no debe convertirse en una batalla, aunque se muestre resistencia a dormir, algo habitual a medida que crecen. Supone la oportunidad de realizar actividades más relajadas, como jugar con tranquilidad, dibujar o leer. Si se establece la rutina adecuada, descansar durante el día no tiene por qué interferir en las horas de sueño nocturnas. Está demostrado que dormir durante la tarde tranquiliza el estado de ánimo de los pequeños y facilita la conciliación del sueño por la noche. Al contrario, la fatiga extrema puede ser contraproducente y sobreexcitar tanto a los niños que, en este caso, la conciliación del sueño puede ser difícil.

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